Desde que la explosión de noticias tristes – y algunas con final feliz – sobre los refugiados y desplazados de zonas en conflicto empezaron, la gente se ha puesto a hablar y escribir todo tipo de cosas. Hay tanto que pensar y sentir al respecto que entiendo que las discusiones alrededor del tema son muy abrumadoras, pero creo que nos estamos olvidando algunos principios fundamentales; principios que nos permiten llamarnos civilización mundial, y no un montón de distintas manadas humanas coexistiendo (apenas) unas al costado de otras. Por eso creo que es importante que revisemos algunos conceptos comunes antes de continuar discutiendo (aunque ni siquiera debería haber una discusión en primer lugar), comenzando por una de las palabras mas usadas dentro de esta discusión: la tolerancia.

A algunos nos gusta pensar que somos buenas personas. Toleramos a aquellos que consideramos diferentes a nosotros, a los que viven de manera diferente, que piensan diferente y lucen diferente. Aceptamos el hecho de que también tienen derecho a vivir en este planeta. Somos buenos porque no tenemos ningún problema en aceptar a aquellos que tienen perspectivas diferentes sobre la realidad, siempre y cuando no perturban nuestras vidas, y si de alguna manera tenemos que interactuar con ellos – por ejemplo, trabajar con ellos – les toleramos pero, por el bien de la armonía y la paz, es mejor no discutir ciertos temas y no exhibir ciertos comportamientos; y si lo hacen, los aguantamos y decimos bien por nosotros, estamos tolerando su existencia.

Para ser honesta, no veo el mérito ahí en absoluto. De hecho, “tolerar” a alguien bajo esos términos es irrelevante y condescendiente. En primer lugar, no es necesario practicar la tolerancia hacia las personas o ideas que no tienen ninguna consecuencia en nuestras vidas – digamos que porque viven en una tierra lejana o porque no son relevantes a nuestro entorno – eso no es tolerancia, eso es no poder hacer nada al respecto, o elegir no hacerles caso, eso es ser indiferentes. En segundo lugar, no se requiere practicar tolerancia hacia personas que consideramos diferentes a nosotros pero que quieren las mismas cosas que nosotros y que actúan como nosotros, al menos delante de nosotros; en otras palabras, alguien “diferente” que está tratando de moldearse a nuestra sociedad. En este caso, el hecho de que “les dejamos” vivir y tratar de encajar en nuestra sociedad – o sea, no estamos haciendo nada para que no puedan alcanzar las mismas oportunidades con las que tuvimos la suerte de nacer, en una tierra que no pertenece a nadie más que a la Tierra – no significa que estamos siendo tolerantes con ellos, significa que apenas estamos siendo seres humanos decentes.

Por otra parte, no se considera tolerancia el sólo aguantar a alguien, o sus ideas. Aguantar a alguien en su delante pero luego burlarse o degradarlo cuando no está presente no es tolerancia, eso es hipocresía. Creer que las diferencias entre razas, culturas o creencias religiosas son razones legítimas para dividir al mundo, y potencialmente generar discriminación, pero que hay que aguantar estas diferencias a fin de que podamos llamarnos “buenas personas”, no es tolerancia; de hecho, eso es intolerable. Considerar a alguien inferior o enemigo y “tolerarlo” es intolerable. Si la tolerancia no se lleva a cabo con sinceridad entonces no es tolerancia. Debe nacer con sinceridad y respeto porque practicar la tolerancia significa realmente aceptar – y en algunos casos incluso celebrar – ideas y formas de vida diferentes de personas que no buscan ser como nosotros.

La tolerancia implica la aceptación de ideas opuestas; ideas que se basan en principios y convicciones. Ya que este tipo de ideas potencialmente se podrían cambiar, estamos siendo tolerantes sólo cuando optamos no hacer nada por cambiar las ideas o maneras de ser de otra persona. La tolerancia sólo entra al juego cuando podemos, potencialmente, hacer algo para cambiar la mentalidad de alguien – o comportamiento – pero elegimos no hacerlo por el bien de la libertad de conciencia. En un nivel más profundo, la tolerancia es cuando algo está en contra de nuestro propio interés pero lo aceptamos por el bien de otra persona.

Hay que tener en cuenta que expresar desacuerdo con algo no significa que uno está siendo intolerante; de hecho, esto es parte de mantener una conversación – siempre y cuando estamos seguros de que entendemos aquello con lo que estamos en desacuerdo –, y está bien expresar nuestra perspectiva diferente sobre algo si lo que queremos es encontrar la verdad, en lugar de simplemente probar que tenemos razón.

Sin embargo, la tolerancia es uno de los primeros pasos en nuestro camino hacia el respeto genuino y el amor; la tolerancia es lo mínimo que debemos ejercer como las personas educadas y civilizadas que consideramos que somos. Sólo estamos hablando de tolerancia ahora porque, como civilización mundial, todavía estamos muy lejos de practicar el amor universal. La tolerancia es un primer paso y no el objetivo final ya que su base es el reconocimiento de que algo es desigual a nosotros, que algo es incongruente con nuestra comprensión personal de la realidad y que sólo por el bien de sobrevivir en paz con los demás debemos tolerarnos; la tolerancia se basa en las diferencias, implica que algo anormal para nosotros debe ser considerado tolerable – es por eso que muchas veces confundimos esta palabra con “soportable”, no significan lo mismo y no deberíamos intercambiarlos. La tolerancia brota del amor, del respeto, de un genuino aprecio por la diversidad, con apertura de mente. Así que, en última instancia, queremos reemplazar la intolerancia no con tolerancia, sin con respeto mutuo, paciencia y amor.

Además, queremos tolerar porque entendemos que la libertad de conciencia permite la ampliación de nuestras ideas; toleramos por el amor a la verdad, por amor al aprender, por amor a la expansión de nuestras mentes y por cambiar de parecer. Tolerancia viene del hecho de que aceptamos que no podemos saberlo todo, que no podemos comprender toda la verdad. Por lo tanto la tolerancia tiene sus raíces en la humildad, en que aceptamos nuestra incapacidad para captar toda la verdad. Y es nuestra obligación moral individual buscar siempre la verdad y defenderla; pero esto no se puede lograr si nos aferramos a lo que ya sabemos, o creemos saber, mientras que rechazamos ideas opuestas. Cuando nos aferramos demasiado a una idea nos convertimos en inflexibles e intolerantes.

Ser firmes en nuestros principios es una cosa, pero ser inflexibles con nuestros paradigmas y estándares de la realidad puede ser perjudicial para nuestra evolución como civilización. Lo que queremos es aprender más constantemente, refinar nuestros pensamientos y comprensión de la realidad – visible e invisible. No queremos conformarnos con nuestra comprensión de algo en ningún momento, nuestro entendimiento sobre algo puede mejorar constantemente. Nuestros paradigmas pueden cambiar y deben cambiar, deben mejorar, no hay nada de malo en cambiar nuestra mentalidad a medida que vamos aprendiendo nuevas perspectivas. Como individuos y como sociedades, no triunfamos gracias a nuestras “creencias firmes” o por ser “inteligentes” sin visión; triunfamos gracias a la expansión constante de nuestros conocimientos. Y un verdadero respeto y amor por personas diferentes, manifestado primero a través de la tolerancia, es la clave para el éxito en este aspecto.

Sin embargo, esto nos lleva a la cuestión de, si el amor universal es el propósito, ¿esto significa que debemos ser tolerantes con los intolerantes? ¿Dónde juega la justicia un papel? Si toleramos a todos, incluyendo a los que tienen comportamientos peligrosos, entonces nuestra sociedad desaparecerIa. Por supuesto, tenemos que hacerle frente a la injusticia, por el bien de la tolerancia y el amor universal no podemos ser indulgentes con ella. El propósito de la tolerancia, debemos recordar, es la unidad. Ser tolerantes con comportamientos divisivos como el racismo, la discriminación religiosa y el sexismo es contraproducente para la tolerancia. De esa forma estaríamos perpetuando una sociedad injusta. Sin embargo, son esos comportamientos lo que no debemos tolerar, no el autor. Hay que tener en cuenta que una cosa es condenar los actos injustos, y otra cosa es sentir aversión por esas personas. Las acciones las consideramos despreciables, no las personas. En esos casos hay que recordar lo que al final son: seres humanos que pueden aprender, como todos nosotros. Todo el mundo puede ser educado bajo el estándar de la justicia – es decir, comprometerse con la verdad en lugar de mentiras o ideas erróneas – y de la amabilidad. No olvidemos que así como estamos tolerando a alguien, alguien mas nos está tolerando a nosotros.

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